Primeros en la revolución, primeros en las urnas

“Aquí empezaron las revoluciones árabes y aquí se celebran las primeras elecciones”, dice Zaineb, una joven de 25 años, vendedora de muebles, mientras espera su turno para votar junto a la plaza de Bab Assueiqa, en los aledaños de la medina de Túnez. Se protege del implacable sol bajo una bandera tunecina, en compañía de tres amigas de la misma edad que insisten como ella en el carácter “ejemplar” de estas elecciones para el resto del mundo árabe. Dos de ellas llevan velo y dos no y cada una va a votar a una lista diferente, pero aseguran que en esta ocasión todas votan “por los mártires” y por “la libertad de Túnez” y no por los partidos.

La jornada es soleada, veraniega, casi tórrida, pero ello no impide que los tunecinos hagan cola desde las primeras horas de la mañana, esperando a menudo tres y cuatro horas para votar. En Hay Tadamun, uno de los barrios más populares y más pobres de la capital, se llega a uno de los colegios electorales, junto al estadio local, por una calle sin asfaltar, en medio de la basura, entre los corderos que aguardan la próxima Fiesta del Sacrificio. En este barrio los porcentajes del paro son los más altos de la ciudad, las escuelas sobrepobladas carecen de recursos y las viviendas precarias, a veces de ladrillo desnudo, se inundan cada vez que llueve. Pero hoy cientos de hombres y mujeres hacen cola pacientemente, con seriedad infantil, para dejar de ser niños; de las aulas convertidas en salas de votación salen con un dedo manchado de tinta azul, señal de la nueva ciudadanía recién estrenada. La operación es lentísima, pero a las 11.30 de la mañana, apenas tres horas después de la apertura de la jornada, ha votado el 40% de los inscritos. “Para nosotros es una fiesta”, dice el interventor del partido islamista Nahda mientras nos señala la inmensa sábana de papel, poblada de símbolos partidistas, en las que los electores deben marcar una cruz detrás de las cabinas de cartón instaladas al efecto.

Nahda tiene una fuerte influencia en este barrio castigado por la pobreza. Hay Tadamun dio nueve mártires a la revolución en las jornadas de enero y muchos de sus vecinos fueron encarcelados por su militancia islamista bajo Ben Alí. Un impresionante tejido social de esposas, hijos, sobrinos y hermanos de ex-presos les asegura un apoyo del que carecen otros partidos. También por supuesto más financiación, más organización, más recursos. Basta ver la diferencia entre su local y el del PCOT (Partido Comunista Obrero de Túnez), el otro partido que trabaja sobre el terreno en las zonas populares, para comprender la potencia del Nahda. Amen, una inteligente jovencita de 19 años y medio (insiste en remarcar la cifra), no confiesa su voto, pero no hace falta; estudiante de humanidades, cubre su cabeza con un velo mientras desnuda su sonrisa: “Reivindicamos libertad para todos, también para las que queremos llevar velo”, dice mientras se felicita de la ley electoral elaborada por la Alta Instancia para la Realización de los Objetivos de la Revolución, que permitirá la entrada de pequeños partidos en la Asamblea Constituyente y una amplísima representación de las 1520 listas que se presentan a los comicios: “después de tantos años de dictadura, los tunecinos no soportarían un partido demasiado fuerte”.

En Mutuellevile, en Menzah o Nasser, barrios burgueses, la afluencia es también muy alta. Aquí llegan en coche y vestidos a la occidental, y lo hacen para votar sobre todo a los partidos laicos, socialdemócratas o liberales: el Partido Democrático Progresista, el Polo Modernista o Ettakatul. También quizás a las listas o partidos (como Mubadra) bajo los que se esconden los viejos partidarios de Ben Ali reciclados en “revolucionarios”. Parte de su estrategia electoral ha estado erróneamente dirigida a polarizar la sociedad tunecina en torno a la cuestión del laicismo, fuente de legitimidad de la dictadura, favoreciendo sin querer los intereses de Nahda, al que muchos tunecinos habrán votado hoy, por reacción, como referente honesto de la identidad islámica. Los partidos de izquierdas, fugazmente reunidos en el Frente 14 de Enero tras la revolución, no han caído en la trampa y han insistido en centrarse en cuestiones económicas y sociales -mientras aceptaban en sus programas referencias a la mayoritaria identidad religiosa del país-, pero han llegado desunidos a las elecciones.

En los últimos meses, tras el derrocamiento de Ben Ali, las potencias occidentales han recuperado sin duda el terreno, los problemas sociales se han agravado y parte del impulso colectivo inicial se ha perdido. En Hay Tadamun, un rumor muy elocuente pretendía la semana pasada que muchos de los jóvenes que hicieron en enero la revolución iban a aprovechar la jornada electoral para marcharse a Italia en patera. Una rápida profesionalización de la política, con este bullicio de más de 100 partidos y casi 11.000 candidatos, parece haber envejecido a este país en pocas semanas. Pero la jornada de hoy, con la inesperada altísima participación, la madurez y la felicidad de los electores, renueva de algún modo, bajo otra forma, la sorprendente reclamación de libertad de un pueblo del que nadie esperaba nada. Como decían Zeineb y sus amigas en Bab Assueiqa, de lo que ocurra en Túnez depende también el curso de los procesos de cambio de los países vecinos. No deja de ser extraño que mientras la democracia retrocede o se desprestigia en Europa, los árabes decidan tomársela en serio precisamente en estos días. De la revolución a la votación parece un camino de descenso. No lo es en esta zona del mundo, petrificada durante décadas en beneficio de occidente, ni en estos momentos de contrarrevolución global. Ahora lo que hay que saber es cuánta democracia y de qué tipo se les permitirá tener a los tunecinos y qué harán para defenderla cuando traten de congelársela, erosionársela o robársela.

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