Santiago Alba Rico
Tras cuatro meses de gobierno, los problemas económico-sociales de Túnez no han dejado de agravarse. La salida de multinacionales extranjeras, el descenso vertiginoso del turismo y la crisis de Libia han aumentado el paro endémico juvenil mientras una inflación galopante dispara los precios de los productos básicos. Fuera de la capital, en los barrios periféricos o en las regiones del interior más castigadas, donde empezó la revolución en diciembre de 2010, los cortes de carreteras, protestas y concentraciones no han cesado, a veces con duros enfrentamientos con una policía que mantiene intacto el viejo aparato y, por tanto, sus hábitos represivos. En los últimos días, Moulares, en la cuenca minera, ha asistido a una verdadera revuelta de jóvenes parados tras el anuncio de los resultados del concurso convocado por la Compañía de Fosfatos de Gafsa para cubrir algunas plazas en las minas. Pero las luchas sociales, así como la labor de la Constituyente, quedan de alguna manera emborronadas u ocultas bajo un engañoso, aunque ruidoso, conflicto político. La brutal represión de las movilizaciones del 7 y 9 de abril, cuando los manifestantes trataron de acceder a la simbólica Avenida Bourguiba de la capital para pedir trabajo y homenajear a los mártires, da toda la medida de la tensión acumulada en los últimos meses al hilo de una batalla política cada vez más polarizada en torno al enfrentamiento laicismo/islam.
La oposición al gobierno -una constelación de partidos de centro a la que se suma en la distancia la izquierda marxista- acusa a Nahda de estar estableciendo “una nueva dictadura”, ahora islamista, haciendo retroceder los logros de la revolución y amenazando las libertades recién adquiridas. La actividad más o menos consentida de pequeños grupos salafistas violentos y la aparición en las últimas manifestaciones de civiles armados junto a los policías, así como la persecución judicial de algunos periodistas, ha provocado la cólera de los defensores del laicismo, algunos de los cuales vieron castigada en las elecciones su connivencia con el antiguo régimen y a los que los más pobres asocian con las élites urbanas pro-occidentales. El gobierno, por su parte, acusa a la oposición de promover la inestabilidad con una presión ininterrumpida y desproporcionada, perjudicando así la recuperación económica del país, y de estar explotando el “fantasma de la amenaza islamista” de un modo muy parecido a como lo hacía la dictadura de Ben Ali. Que los dos tengan razón plantea la cuestión muy preocupante de quién gobierna realmente Túnez en estos momentos y en favor de quién se están gestionando los bastidores en penumbra del combate político.
Lo cierto es que, como recuerda el viejo opositor marxista Gilbert Naqach, la revolución no se hizo en favor ni del laicismo ni del islam; la gente pedía “pan, libertad y dignidad nacional” y el desplazamiento de toda la atención hacia esta falsa cuestión -la única, por lo demás, de la que se ocupan ya los medios occidentales- deja el campo libre a la reorganización de las fuerzas más oscuras de la dictadura. La polarización creciente, estéril y ficticia en torno a problemas de “identidad” genera dos ilusiones muy peligrosas: la primera, la de que Nahda tiene verdaderamente el poder y lo está utilizando para imponer un retrógrado proyecto “neocalifal” cuando la realidad es que apenas si gobierna y lo hace además en defensa de los mismos intereses económicos neoliberales del pasado; la segunda, indisociable de la primera, es la de que en Túnez hay una democracia bien asentada, amenazada ahora por un partido religioso de derechas, cuando la realidad es que ni el aparato policial ni el aparato de justicia, los dos pilares del Estado dictatorial, han sido depurados o reestructurados. Mientras se alimenta esta tensión ficticia entre laicismo e islamismo, cada vez un poco más real, los burguibistas y neodusturianos1, bien financiados y organizados, dejan que se pudra la situación, unen discretamente sus fuerzas y se preparan para ganar las próximas elecciones. Quizás lo más significativo que ha ocurrido en los últimos meses en Túnez ha sido la reunión del pasado mes de marzo en Monastir, donde se preparó el embrión de una gran coalición encabezada por Caid Essebsi, ex-ministro de Bourguiba, y por Kamal Morjan, ex-ministro de Ben Alí, coalición que se presenta a sí misma como la única alternativa posible para defender al mismo tiempo las conquistas laicas de las últimas décadas y la soberanía nacional. El verdadero enemigo, a mi parecer, sigue siendo la dictadura y no el islamismo.
En este marco de tensión creciente, el segundo 1º de Mayo de la revolución puede derivar en una batalla callejera. En un país políticamente partido en dos, Nahda se enfrenta a una oposición reunida en torno a la que es hoy en día la otra gran fuerza política de Túnez, el sindicato UGTT, cuya nueva dirección ha radicalizado su posición en los últimos meses. La UGTT, un sindicato fundado antes de la independencia, jugó un papel muy ambiguo bajo la dictadura, pues mientras sus dirigentes pactaban con el régimen dictatorial sus secciones locales albergaban a todas las fuerzas clandestinas, tanto islámicas como izquierdistas. Su intervención contra Ben Alí el 14 de enero de 2011 fue tan decisiva en el derrocamiento del dictador como lo fue su distanciamiento -y luego manejo- de la Qasba2 en la moderación de las reivindicaciones revolucionarias. La UGTT, que el año pasado celebró la fiesta de los trabajadores en un espacio cerrado, ha convocado para hoy una gran manifestación en la Avenida Bourguiba, emblema de la revolución, en lo que pretende ser una gran demostración de fuerza. Los partidos marxistas Watad y PCOT3, que se suman a ella, han advertido de un complot para reventarla desde dentro, a través de jóvenes violentos que, usando camisetas con símbolos izquierdistas, buscarían la respuesta agresiva de la policía. Salafistas, milicianos del antiguo régimen, nahdawuis4 más o menos organizados, son sin duda numerosas las fuerzas en la sombra interesadas en doblar, revertir, cooptar o descarrilar el proceso democrático iniciado hace poco más de un año con la inmolación de Mohamed Bouazizi. Hoy la Avenida Bourguiba puede ser una gran fiesta, pero también una nueva y violenta escena del drama inconcluso de la revolución.
NOTAS
- Habib Bourguiba, padre de la independencia, gobernó Túnez hasta el 7 de noviembre de 1987, fecha del golpe de Estado de Ben Alí, quien refundó el partido Dustur creado por su antecesor. Dusturianos y neodusturianos son los términos que designan a los seguidores de los dos dictadores.
- Las dos ocupaciones de la Qasba, donde se encuentra el palacio del Primer Ministro, marcaron en enero y febrero de 2011 los dos momentos verdaderamente “revolucionarios” del movimiento popular en Túnez.
- Wataniyin Democratiyin (Patriotas Democráticos) y Partido Comunista Obrero de Túnez, los dos partidos de la izquierda marxista con representación en la Asamblea Constituyente.
- Militantes del partido Nahda en el gobierno
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