Mañana jueves 13 de diciembre Túnez vivirá la segunda huelga general de su historia. La primera, en 1978, bajo Habib Bourguiba, acabó con decenas de muertos en las calles de la capital. La UGTT, fuerza sindical mayoritaria del país y actor siempre decisivo, no llamó a la huelga general contra Ben Ali (sólo dos horas de paro el 12 de enero de 2011) ni contra Mohamed Ghanouchi, el ministro recedista que encabezó el primer gobierno provisional, ni contra Caid Essebsi, el ex-ministro bourguibista que dirigió el país hasta las elecciones del 23 de octubre de 2011, cuando el proceso revolucionario estaba abierto y se podían haber forzado transformaciones estructurales más profundas. Lo hace ahora contra el primer gobierno salido de las urnas y en un contexto de creciente división política y social.
La propia excepcionalidad de la convocatoria, y sus resonancias simbólicas, dan buena medida del grado de confrontación al que se ha llegado. ¿Por qué esta huelga? Una vez restablecida la normalidad en Siliana, tras la revuelta reprimida por la policía y el intercambio de acusaciones, el pasado martes 4 de diciembre la celebración del 60 aniversario del asesinato de Farhat Hached, fundador de la UGTT y figura nacional reconocida por todas las fuerzas políticas, acabó en una batalla campal. Aunque distintas versiones, todas muy ideologizadas, contribuyen a oscurecer los hechos, pueden afirmarse sin vacilación al menos dos cosas: que partidarios de Nahda se reunieron con ánimo provocativo delante de la sede sindical, en la plaza de Mohamed Ali, y que los insultos recíprocos derivaron en una violenta reyerta a bastonazos ante la indiferencia de la policía, otras veces tan diligente y fogosa y que en este caso sólo intervino lánguidamente una hora después.
Aunque Nahda condenó la violencia y negó toda relación con la concentración islamista, la respuesta de la UGTT y de todos los partidos de la oposición ha sido justamente dura e injustificadamente demagógica. Acusaciones vociferantes respondidas por otras no menos vociferantes -y marchas y contramarchas de repudio y sostén- se han sucedido sobre el fondo de una serie de huelgas regionales de protesta -Gafsa, Sidi Bouzid, Sfax- y han conducido finalmente a la decisión de la dirección ejecutiva del sindicato de llamar a la huelga general. ¿Cuáles son las reivindicaciones? No se trata de denunciar el modelo económico del gobierno ni la entrega de recursos nacionales a las multinacionales extranjeras ni el desprecio político y policial por las demandas sociales de los más desfavorecidos; ni tampoco de apremiar a los diputados de la constituyente a terminar la carta magna y convocar lo antes posible nuevas elecciones. El propósito declarado de la huelga es exigir la persecución judicial de los agresores y la disolución de las Ligas de Defensa de la Revolución, que la oposición identifica con las “milicias” del antiguo régimen y que Nahda considera, al contrario, una garantía contra cualquier tentación de retorno a la dictadura. Podrán considerarse desafortunadas o provocativas, pero lo cierto es que las últimas declaraciones de Rachid Ghanouchi, el lider islamista, no son, como se ve, disparatadas: se trata, sí, de una “huelga política” encaminada a “derrocar al gobierno”.
Todas las huelgas son en realidad políticas. La cuestión es preguntarnos de qué política estamos hablando. Al igual que en Egipto, la revolución ecuménica y democrática tunecina llevó al gobierno, a través de elecciones limpias, a un partido islamista contra el que inmediatamente se erizaron, unas veces con razón y otras sin ella, fuerzas muy dispares que, en este frontón cerrado, convergen cada vez más en una oposición homogénea y visceral. Esta polarización, alimentada de manera interesada por ambas partes, ha desembocado, igual que en Egipto, en una división bipolar que impide ver las maniobras entre bastidores. Hasta ahora la UGTT había tratado de jugar un papel de mediación, por encima de los partidos, llamando la atención sobre la necesidad de consensuar la gestión del país en una situación muy frágil en la que ni siquiera se ha establecido todavía el nuevo pacto social y jurídico. Ahora, con su llamada a la huelga general, la UGTT se inclina por la oposición y consolida y legitima una división binaria que no es de ninguna manera evidente que beneficie a la izquierda.
Todas las otras divisiones -pobres/ricos, derecha/izquierda- han quedado suspendidas en favor de un conflicto sumario entre dos fuerzas esquemáticas: gobierno y oposición. Cada una de las partes reclama para sí la legitimidad de la revolución y acusa de contrarrevolucionario al adversario. Lo cierto es que la izquierda misma está contribuyendo a trazar esta absurda línea neta, alimentando una serie de asociaciones fraudulentas: así el gobierno se identifica siempre con islam, dictadura, Qatar y EEUU y la oposición, en cambio, por una infantil inversión binaria, con laicismo, democracia y soberanía nacional. Nada menos cierto. No hay que olvidar que del gobierno forman parte otros dos partidos, laicos y “progresistas”, y que, si tienen poco poder o ninguno, pueden al menos forzar su disolución; de hecho Moncef Marzouki, presidente de la república y líder del CPR, ha amenazado con dimitir y retirar a su partido de la coalición gobernante. En cuanto a la oposición, ¿de qué estamos hablando? En estos momentos el grupo más fuerte es sin duda Nidé Tunis, el equivalente de nuestro PP, refugio de los empresarios y políticos de la dictadura, cuyo programa discrepa muy poco del de Nahda en política económica y política exterior. Como prueba de esta peligrosa bipolarización creciente, esta misma semana se han sumado a la coalición derechista el Partido Republicano (el antiguo PDP) y al-Masar (antes Tajdid), los dos partidos “de oposición democrática” con representación en el parlamento de Ben Ali. Más inquietante aún: se han unido asimismo dos partidos de la izquierda marxista, el Partido Socialista de Izquierdas y el Partido del Trabajo Patriótico Democrático. Y si el Frente Popular (con sus doce pequeños partidos de izquierda) mantiene su independencia formal, alimenta también -a veces de manera muy demagógica- esta confrontación frontal llamando al “derrocamiento del régimen” (“isqat al-nitham”). Contra la “dictadura islámica”, como en tiempos de Ben Ali, todo estaría justificado, incluso las alianzas contra natura.
Se dirá que la UGTT, la “tercera fuerza” y la decisiva, tiene desde hace un año una dirección renovada, sin islamistas y escorada a la izquierda. Por eso mismo debería seguir siendo por el momento una “tercera fuerza”. Sin constitución, sin justicia transicional, sin depuración de los aparatos policial y judicial, con el sector más pobre de la población en ebullición, pero poco organizado y politizado, ¿la prioridad de la izquierda debe ser derrocar al gobierno de la mayoría electoral? Apoyando esa política de confrontación ciega, ¿la izquierda no contribuye a islamizar el islamismo y a redignificar el bourguibismo y el benalismo? ¿Nos es favorable -a la izquierda- la actual relación de fuerzas? En Túnez no hay una dictadura islámica y es muy improbable que la haya. Pero una involución fatal puede auparse a lomos de ese fantasma. Contra el islamismo, a mi juicio, sólo hay dos alternativas: o una dictadura policial que los convertirá de nuevo en víctimas violentas y de la que será también víctima la izquierda, junto con todos los derechos y principios democráticos conquistados, o una desactivación política a través de un doble proceso mucho más largo: dejar que se deslegitimen gobernando, bajo una presión incesante pero lúcida, y apropiarse poco a poco de sus bases sociales, que son en realidad las de la izquierda. Las buenas estrategias necesitan tiempo -que es el tiempo de las poblaciones mismas-; en esta zona del mundo, ya lo sabemos, los atajos suelen llevar al poder a los que pueden cumplir sus promesas: orden, seguridad, estabilidad, libertad para los negocios.
Fuente original: http://gara.naiz.info/paperezkoa/20121212/377297/eu/Mas-revolucion-o-error-estrategia
Follow Us