Alma Allende
El país desconocido, el que ha hecho la revolución, el que ha entregado 120 vidas en las protestas, no está en la avenida Bourguiba, donde los intelectuales festejan una revolución de la que se benefician y de la que se retiran, sino en la Qasba, enfrente de la sede del primer ministro. Ayer durmieron cientos de personas aquí, y ahora, a las 12 de la mañana, son miles los que siguen gritando: “nidal nidal hata iusqut el nitham”, “al yaum al-yaum tusqut el-hukuma” (“lucha lucha hasta acabar con el régimen”, “hoy hoy derrocamos al gobierno”). Han venido de todos las vastas afueras de Túnez, algunos han caminado durante tres días y muchos más se han quedado en el camino, en las carreteras bloqueadas por el ejército. Es gente de carne y hueso, terrestre, erosionada por el viento, coloreada por el sol. Llevan más de un mes peleando y no ceden; y nada indica que vayan a ceder. Hoy sí, hoy las cosas se aclaran. Son francos, disciplinados, alegres. Son bárbaros puros, con sus lazos de ‘asabiya -que diría Ibn Khaldun- y están aquí para impedir que la capital les robe o les malverse la revolución. Van a civilizar a los civilizados; van a refinar a los refinados.
Está hermosa la Qasba con sus pintadas en árabe subiendo por las paredes blancas; con las mantas y colchones amontonadas contra el muro, al lado de jóvenes tiznados -pero también madres- que descansan de la fatiga; con la pancarta enorme que declara la decisión de vencer o morir; con las banderas flameantes; con las fotos de los mártires nombrados ministros de la nación; con sus mil consignas garrapateadas en rojo sobre folios pegados en la pared; con los corros de pueblerinos ilustrados danzando sin parar -las kufiyas blanquinegras en la cabeza- para expresar con piernas y brazos su humeante dolor; y con toda esa excitación imperativa de jóvenes silenciados durante años que quieren contar su historia, trenzada ya en la historia del país. Es necesaria una revolución para apropiarse mentalmente de nombres hasta ahora desprovistos de materia y electrizar la geografía; ahí están Regueb, Kasserine, Sidi Bou Sid, Tela, Jendouba, Kef, Tozeur. “Nosotros somos los revolucionarios y no hemos acabado”. Es casi increíble pensar que estos hombres y mujeres despreciados, con un volcán de rabia en su interior, llevan en la calle días y días en un país sin control, con la policía desarmada, y no han causado un desorden, quemado un automóvil, linchado a un opresor. “¿Dónde están los terroristas?”, proclama un joven de Regueb, “trabajamos y al mismo tiempo hacemos la revolución”.
Hay algo siempre naif en la palabra “democracia” cuando la pronuncia un burgués que no se pregunta de dónde proviene su riqueza ni en qué fango se apoya su libertad. Pero hay algo enorme, grandioso, muy serio, emocionante y casi estremecedor en esa palabra gritada rabiosamente por jóvenes que sobreviven a ras de tierra. No hay nada de extraño en que sean pobres y no sean comunistas; lo extraño es que sean pobres y no pidan pan ni un rey bueno ni la intervención de Dios. Eso es lo que desearían nuestros medios occidentales y nuestros gobiernos colonizadores; eso es lo que esperarían los sociólogos y los misántropos. Pero hete aquí que estos bárbaros iluminados, algunos de los cuales no tienen ni siquiera carnet de identidad, se presentan en la capital, a pie o en sus camionetas abiertas, y exigen “democracia”. En un proceso que recuerda mucho a los primeros años de la revolución bolivariana, tienen la boca llena de “formas” que exigen un contenido, que no son compatibles con cualquier modo de gestión de la economía, que chocan con la hipocresía de nuestras instituciones europeas: democracia, constitución, gobierno del pueblo, dignidad.
Dignidad, dignidad, dignidad (karama, karama, karama), que es como decir trabajo, hospitales, cultura, decisión, palabra pública, respeto a sus propias creaciones. No han arriesgado la vida para que los pudientes de la capital tengan youtube y puedan hacer arte de vanguardia. “No nos robarán nuestra revolución”, dice una pintada en la plaza Ibn Khaldun; y saben muy bien que es su oportunidad. Han tardado 23 años -54- en movilizarse y conocen los riesgos de aceptar una tregua antes de alcanzar sus objetivos. “Es como andar en bicicleta”, recordaba esta tarde Mohamed al Che Guevara, “si dejas de pedalear, te caes”.
Hoy podría contar la historia de Mohamed Ayouni, en huelga de hambre desde el día 14; o la de Imed, que como tantos otros emigrantes ha regresado de Francia para sumarse a la revolución; o la de Aisar, sin trabajo desde 2005 por imperativo policial; o la de Kamel, 18 años ya sin papeles en su propio país; o la de Riad, al que el gobernorado de Gafsa declaró inválido para impedirle conseguir un empleo; o la de Hossni, cuyo hermano murió quemado en la cárcel de Monastir. Pero no. Me voy a limitar a traducir algunas de las consignas escritas en los papelitos de la pared, bajo el Ministerio de Finanzas; a reproducir el discurso de Fahim, parado de 26 años, líder natural, inteligencia prodigiosa; y a incluir algunas fotografías de Ainara Makalilo, que estos días tiene el corazón en los ojos.
He aquí las consignas:
Somos mayores de edad: podemos elegir nuestro gobierno.
Los mártires de Qasserine han liberado Túnez.
Pueblo, libertad, dignidad nacional.
Gracias, Bouazizi, nos has recordado que tenemos dignidad.
La revolución empezó en Redeyev en 2008 (las revueltas en la cuenca minera).
Revolución de la dignidad; revolución de los jóvenes.
Asamblea constituyente.
Cayó el dictador, permanece la dictadura.
He aquí el discurso de Fahim:
“Hacemos la revolución contra todos los símbolos políticos del régimen dictatorial. No nos digáis, no, que hay que evitar un vacío de poder, que estáis tratando de conducirnos poco a poco a la democracia sin traumas ni violencias. Soy de Sidi Bousid y en todos los pueblos del gobernorado la gente está siempre en la calle, en permanente manifestación, y no ha ha habido ningún problema. Hemos venido de todos los rincones de Túnez, miles de nosotros, y no ha habido ningún desorden. Los desórdenes los provocaba la policía. Somos civilizados. Somos los civilizados. No aceptaremos ningún compromiso. Es una cuestión de legitimidad y confianza. Ghanoushi y los suyos, incluidos los miembros del Tajdid y el PDP, no tienen legitimidad para gobernarnos. Y nosotros no tenemos confianza en ellos”.
“Esta es la revolución de la honestidad y la dignidad. Es nuestra revolución. Queremos una democracia real, no la falsa e hipócrita democracia de los europeos que quieren darnos lecciones y apoyan a los dictadores. No admitiremos que nadie se aproveche de nuestra revolución ni que nos la roben en provecho de otros. ¿Si nos representa algún partido? Ese es precisamente el problema: los que hemos hecho la revolución en Sidi Bousid no estamos representados en el gobierno. Somos hombres y mujeres maduros, conscientes, nos representamos a nosotros mismos”.
“Claro que habrá que elaborar proyectos de contenido social, pero lo que ahora queremos, para poder precisamente elaborarlos y aplicarlos, es un gobierno de unidad nacional, independiente, soberano, y una asamblea constituyente que permita a todos las voces expresarse, elaborar programas, discutir soluciones. Nosotros no somos como los occidentales nos imaginan. No os equivoquéis: no nos hemos levantado a causa del paro; nos hemos levantado en defensa de nuestra dignidad. Estamos bien educados, pero somos pobres. Queremos una democracia de verdad. Y eso es precisamente lo que la UE, los Estados Unidos e Israel quieren impedir no sólo en Túnez sino en todo el mundo árabe, donde sigue gobernando Ben Ali”.
Y he aquí las fotografías:
No nos robaréis la revolución
Las familias de la caravana de la liberación
Los revolucionarios se toman un respiro
Hoy hoy hoy derrocamos al gobierno
Las consignas en la pared del Ministerio de Finanzas
Preparados para violar el toque de queda
Los guevarianos de Regueb
Fotos de Ainara Makalilo
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